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El proceso de institucionalización de Hezbolá (1975-2005)

El Hezbolá (“Partido de Dios”) es una agrupación política libanesa muy popular entre los chiítas que surge en el contexto de la Revolución Islámica en Irán como una milicia dedicada a defender los intereses de su grupo confesional que lo sustentaba y levantar la bandera del islamismo durante la Guerra Civil Libanesa (1975-90). Sin embargo, al término del conflicto, sabrá reconvertirse en una agrupación político-militar de relevancia considerable en la contienda electoral del país, con una organización eficiente y un discurso sólido. En ese contexto, la alianza que realizará este grupo de inspiración iraní con el gobierno sirio será fundamental para su consolidación.

Introducción

El sistema político libanés reviste una particular complejidad, no solo por la gran interferencia que los actores exógenos realizan en él, tanto internacionales como regionales, sino también por algunos factores endógenos, tales como el elevado número de partidos o el nepotismo imperante.

Cuando Giovanni Sartori se planteó la pregunta en torno a cuáles son los partidos políticos que realmente importan, no se centró en el número de partidos registrados, sino específicamente en aquellos que tienen capacidad de coalición con el gobierno o pueden afectar, con sus acciones, la táctica y la dirección de la competencia (Sartori, 2005).

Siempre siguiendo la teoría sartoriana, en el sistema político libanés se nota una alta cantidad de partidos que realmente importan. En un estudio nuestro de 2017, la cifra quedó establecida en seis agrupaciones, un número elevado en relación a otros países. Se genera dispersión, impulsos centrífugos, discursos excluyentes y polarizaciones; en definitiva, una institucionalidad frágil.

El objetivo de este artículo es centrar la mirada particularmente en uno de esos grupos políticos relevantes, el Hezbolá o “Partido de Dios”. Se recorrerán los primeros años de la consolidación, cuando se realice la transición de grupo revolucionario a partido político institucionalizado. Este proceso se revisará desde su incubación en los ‘70 hasta la retirada de las tropas sirias del Líbano en 2005.

Hezbolá como una expresión de reislamización del chiísmo libanés.

Entre 1975 y 1990 se desarrolló en el Líbano una cruenta guerra civil que enfrentó a las diferentes comunidades político-religiosas en una densa maraña de alianzas y venganzas que cambiaron a lo largo del conflicto. El enfrentamiento, de larga duración, revistió etapas de mayor y menor intensidad. La intromisión de actores extranjeros, tales como Siria, Israel, Estados Unidos y las milicias palestinas, y de coyunturas regionales, como la Revolución Islámica en Irán o la invasión iraquí a Kuwait, impactaron de lleno en el desarrollo de la guerra.

Durante la guerra civil, las agrupaciones políticas más importantes, tales como Fuerzas Libanesas, el Partido Kata’eb, los socialistas de Kamal Jumblatt y el Partido Liberal de la familia Chamoun, solventaban milicias irregulares que respondían a sus altos mandos políticos. Uno de esos grupos armados era Amal, palabra árabe que en sí misma significa “esperanza” aunque originalmente fue el acrónimo para “Regimientos de la Resistencia Libanesa” (Afwaj AlMuqawama Al-Lubnaniya). Era representativa de la facción musulmana chiita en el sur del país.

La sección política de la milicia, llamada “Movimiento de los Desfavorecidos” (Harakat Al-Mahroumin), era liderada por el clérigo Mussa Al-Sadr, dotado de un gran carisma (Taha, 2016). Al-Sadr no alentaba al cacicazgo, tal y como lo hacían los demás referentes partidarios libaneses. En cambio, apareció para disputaba a los referentes chiitas tradicionales, como Kamel Al-Asaad, el control de la comunidad a través de un discurso que invitaba a rechazar un sistema de subordinación y patronazgo, ni a considerar que estaban fatalmente condenados a ser la comunidad libanesa más pobre y relegada. El imán denunciaba el desprecio y olvido por el sur que manifestaban desde la capital, especialmente los cristianos. También cuestionó al creciente poder de las milicias palestinas.

La desaparición de Al-Sadr tras una entrevista en Libia con Muammar Al-Ghaddafi en 1978, fue un duro golpe para Amal, del cual no se recuperó. A ello se le sumó la adopción de viejas prácticas clientelares, propias del sistema que alguna vez supo denunciar. El ascenso de Nabih Berri y su acuerdo con otros grupos sobre la retirada de los palestinos de Beirut fue considerada por algunos sectores como una traición. Aunque el partido siguió vivo, y mantuvo caudal electoral, ya no lograba entusiasmar como antes (Haddad, 2005). Tampoco era el único aglutinador de la colectividad chiita. Ahora, tendría competencia.

La Revolución en Irán (1979), llevada adelante el nombre del Islam en un país eminentemente chiita, encendió nuevamente a sus pares en el Líbano. Al este del país, en la región de Bekaa, un grupo de partidarios del activismo islámico, disidentes de Amal y contrarios a la figura de Berri, se acercaron al calor de la Revolución Islámica. En junio de 1982, pocos días después de que Israel lanzase la “Operación Paz para Galilea” y la subsecuente invasión al territorio libanés, ingresaron desde Siria un numeroso grupo de Pasdaran, la Guardia Revolucionaria de Irán, una fuerza de elite, dispuesta a entrenar a los disidentes chiitas presentes en el valle del Bekaa, que por entonces adoptaron colectivamente el nombre de “Comités Islámicos”. Estos grupos sin una autoridad central subrayaban el carácter musulmán de su movimiento, la adhesión a la figura del ayatolá Ruhollah Khomeini y un fuerte sentimiento antiisraelí.

Más tarde, en 1985, por medio de un documento llamado “Carta Abierta a los Oprimidos del Líbano y del Mundo”, ese conjunto de agrupaciones se definió a sí mismo como “la comunidad de creyentes del Partido de Dios” (Dionigi, 2014, p. 95). Adoptó como símbolo una bandera amarilla donde se leen dos frases: “Entonces los del Partido de Dios serán victoriosos”, tomada del Corán, y “La Resistencia Islámica en el Líbano”. Ambas rodean un escudo verde con un fusil en alto, muy similar al distintivo de los Pasdaran.

Hezbolá se negaba a pactar con el establishment político libanés. Asimismo, sostenía un discurso claro: nadie pelearía por los derechos de los chiitas salvo ellos mismos. En ese contexto, las superpotencias y sus aliados (Estados Unidos, Unión Soviética, Israel, Francia…), eran parte de una conspiración internacional que atentaban contra la unidad y la prosperidad de los chiitas. La respuesta que había que darles a esos enemigos era la organización a través de los principios del Islam, ya que la fe en el Profeta Muhammad era, en definitiva, la característica que los amalgamaba como comunidad (Norton, 2014). Del mismo modo, se hace presente en esa plataforma antisistema el rechazo de la agrupación a participar de la vida política del país, tal y como lo establecían las reglas vigentes por entonces.

El acuerdo tácito con Siria y el advenimiento del pragmatismo

Siria había intervenido militarmente en el Líbano en 1976, a pedido del entonces presidente Sleiman Frangieh y en representación de la Liga Árabe. En 1989, tras el cese de los enfrentamientos y la apertura de las negociaciones en la ciudad de Taif (Arabia Saudita), el gobierno del presidente Hafez Al-Assad comenzó las negociaciones para asegurar la continuidad de la presencia siria.

El derrumbe soviético y la preocupación del presidente estadounidense George Bush por ganar aliados en un probable enfrentamiento con el presidente iraquí Saddam Hussein fueron capitalizados por el presidente Al-Assad. En el Acuerdo de Taif se realizaba una profunda reforma del sistema político libanés, de la cual Siria quedaba como garante.

Uno de esos puntos fue el desarme de las tropas irregulares que se habían multiplicado en el Líbano. Se haría efectivo a los seis meses de la firma del pacto. Hezbolá se negó a adherir al documento. La garantía de su supervivencia vino entonces desde Damasco. Como explica Augustus Norton,

“Hezbollah (…) justified the maintenance of its armed forces by calling them ‘islamic resistance’ groups, rather than militias, committed to ending Israel’s occupation. The forces were said to be needed to defend the country against the Israel-sponsored SLA (South Lebanon Army). This position enjoyed wide, though not unanimous, support in Lebanon, where the Israeli occupation was seen as an impediment to the country’s recovery” (Norton, 2014, p. 83).

La proclamación de Hezbolá como “fuerza de resistencia nacional contra el invasor israelí” bastó para que el Partido de Dios conserve su armamento. Finalmente, la agrupación firmó el Acuerdo de Taif. De este modo, quedaba establecida su condición de partido privilegiado en la pléyade de agrupaciones políticas libanesas.

La alianza que Hafez Al-Assad estableció con Hezbolá sería, por una parte, central para el control efectivo de la región sur del Líbano y mantener a raya a los actores desplegados en esa zona: Israel y su aliado, el Ejército del Sur del Líbano (ESL), una fuerza paramilitar integrada por libaneses y fundada por el desertor Saad Haddad con el objetivo de proteger las aldeas con presencia cristiana de las agresiones de Amal y los guerrilleros palestinos. En 1984, Haddad fue sucedido por Antoine Lahad. Por otra parte, proteger a Hezbolá podría servir como una muestra de buena voluntad hacia el gobierno de Irán. Se proyectaba de este modo un puente de cooperación entre Damasco y Teherán.

Siria institucionalizó su influencia en Beirut a través de la firma de dos pactos en 1991. Por un lado, el Tratado de Hermandad, Cooperación y Coordinación, acordado en mayo. El documento dejaba la seguridad exterior e interior de Líbano, así como sus relaciones exteriores, sujetas a la coordinación que realizaba con el gobierno de Damasco. Puntualmente, el documento centraba su atención en la retirada de las tropas sirias presentes en el territorio libanés. En los hechos, Al-Assad adquiría poder de veto sobre las decisiones libanesas en materia de defensa y diplomacia. Por otro lado, estuvo el Pacto de Defensa y Seguridad, firmado en septiembre, detallaba aun más los derechos de Siria sobre el Líbano, prohibiendo la actividad política y mediática que pudiese afectar a su gobierno.

El primer tratado permitió a Siria asegurarle a Hezbolá el control exclusivo de la región sur, a lo largo de los límites con la llamada “Zona de Seguridad”, una franja de territorio libanés ocupada por Israel y el ESL. El Ejército quedó imposibilitado de desplegarse en esa fracción, donde Hezbolá representaba de facto los intereses de Beirut. El segundo consagraba la sacralidad de la investidura del Partido de Dios como “resistencia”, un término que desde entonces lo acompañaría como bandera y relegaría toda crítica a la categoría de “traición”.

Ante el boicot a los comicios que algunos partidos de mayoría cristiana realizaron a modo de protesta por la intervención que Siria realizaba en la vida política del Líbano, a Hezbolá no le quedó otra opción que moderarse. Era el momento de devolver a Damasco algunos favores. Por tanto, ya no abogaría con tanta claridad a favor del establecimiento de un Estado con la sharia como guía. Cesaron las críticas contra el Acuerdo de Taif, se descartó la posibilidad de destituir al gobierno libanés elegido con el guiño de Siria y se redujo la mesa ejecutiva del Partido, con el objetivo de acelerar el proceso de toma de decisiones (Avon y Khatchadourian, 2012). De este modo, en mayo de 1992, a través de una fatwa emitida por el ayatolá Ali Khamenei, Hezbolá abandonaba su discurso antisistema presente en la Carta Abierta para adoptar una postura más pragmática, dando comienzo a su carrera electoral.

La relación con Israel: 1993, 1996, 200

Durante el período en estudio, Hezbolá tendrá tres instancias de interacción con Israel: los conflictos de 1993 y 1996 y la retirada de la zona ocupada en 2000. La habilidad del Partido de Dios le permitirá capitalizar esos enfrentamientos para consolidar su condición de “resistencia al invasor” y salir fortalecido después de cada encuentro. En las elecciones de 1992, las primeras en veinte años, y profundamente sospechadas de contar con la intervención de Siria, las principales agrupaciones cristianas se abstuvieron de presentarse. Hezbolá, por su parte, obtuvo ocho bancas. Mientras tanto, en el sur, las escaramuzas entre Hezbolá y los israelíes o los miembros del ESL era prácticamente cotidianas. Ese mismo año asumirá el control de la organización Hassan Nasrallah.

En julio de 1993, el primer ministro israelí Yitzhak Rabin tomó la decisión de lanzar una operación de siete días de duración con el objetivo de minar la imagen de Hezbolá ante la población y debilitar sus posiciones. Para ello, la destrucción de la infraestructura aldeana fue vital. El objetivo era lograr el desplazamiento de la población hacia el norte, lo que en general sucedió. Tras la destrucción de 75 aldeas y la muerte de casi 150 civiles libaneses, Estados Unidos medió un alto al fuego entre las partes (Dionigi, 2014). El gobierno israelí también pensó que la ofensiva sería un incentivo para que el gobierno libanés rompa con Hezbolá, cosa que no iba a suceder; de hecho, el líder del Partido de Dios, Hassan Nasrallah, se jactó de no haber conversado durante el conflicto con las autoridades de Beirut (Avon y Khatchadourian, 2012). Esto marcaba los altos niveles de independencia del Partido en relación al gobierno, o bien, puesto en otras palabras, su llegada a las autoridades sirias que influían de manera tan determinante en el gobierno libanés de turno.

En abril de 1996, el primer ministro israelí Shimon Peres intentó nuevamente, con los mismos objetivos, una incursión en territorio libanés. La muerte de cientos de civiles y el bombardeo de un refugio de Naciones Unidas le valieron a Israel la condena internacional. La llamada “Masacre de Qana” expuso las brutalidades llevadas a cabo por Tel Aviv. El recurso de Hezbolá a los organismos internacionales de derechos humanos fue una prueba contundente que la agrupación de los ‘80 había cambiado. Ahora, se había integrado al mundo para luchar por espacios de poder siguiendo determinadas reglas. Tras conversaciones con el gobierno de Beirut y en un gesto de respaldo a las autoridades establecidas, el primer ministro Rafic Hariri anunció un alto al fuego con la venia del Partido de Dios.

La elección de Ehud Barak como premier de Israel en 1999 implicó la adopción de una nueva política en la región ocupada de Líbano sur. La presencia no solo resultaba costosa, dada la inversión que Israel realizaba en la zona, sino que la presencia de Hezbolá la volvía al mismo tiempo peligrosa. Asimismo, estaba en franco debilitamiento, tal y como lo reflejaban los decrecientes números de enrolamiento de nuevos miembros al ESL. Entonces, Barak intentó negociar en Ginebra, sin éxito, con Hafez Al-Assad a través del presidente estadounidense Bill Clinton. Acudió luego a las autoridades libanesas, que le impusieron como condición el cumplimiento de la resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU como etapa previa al diálogo, es decir, la retirada de las tropas de la zona ocupada. El primer ministro decidió entonces la salida unilateral de las fuerzas israelíes de Líbano sur, entre el 22 y el 24 de mayo de 2000, acabando así con 22 años de presencia militar en el País de los Cedros.

La población percibió este hecho como una victoria de Hezbolá, que comenzó un nuevo romance con los libaneses. Nuevamente, el comportamiento del partido fue de compromiso con el sistema: aunque se habían anunciado “tormentos” y juicios sumarios contra los colaboracionistas, nada de eso sucedió. Nasrallah se limitó a cuestionar a la justicia libanesa, que condenó in absentia a los colaboracionistas, y a permitir el incendio intencional de la residencia particular de Antoine Lahad. Aunque no hubo combates considerables y la retirada se realizó prácticamente sin víctimas, Hezbolá presentó a la retirada de Israel como una victoria militar regada con la sangre de los 1276 “mártires” militantes del partido que perdieron la vida combatiendo al “enemigo” (Avon y Khatchadourian, 2012). La estrategia de la moderación fue efectiva: en las elecciones de septiembre de ese año, obtuvo tres nuevas bancas.

Pero, ¿podría permitir Hezbolá la salida de Israel del Líbano sur y, de ese modo, autoinfligirse la muerte, poniendo en riesgo su condición de “resistencia”? La evacuación pondría al Partido de Dios en un lugar mucho más débil. Más allá de la legalidad reafirmada en las urnas, sin una nueva creencia, la agrupación corría el riesgo de desmoronarse frente a una próxima elección. Un profundo debate se abrió al interior de la conducción: ¿había llegado el momento de focalizar en los males políticos del Líbano, como por ejemplo la corrupción?

Nasrallah no compartía esta postura, porque sabía que, en el mediano plazo, llevaría al desarme de la guerrilla y acabaría poniendo al partido en pie de igualdad con los demás. Por eso, realizó una serie de consultas con las autoridades iraníes, y obtuvo el voto favorable del ayatolá Ali Khamenei cuando sostuvo con firmeza la postura de continuar poniendo la tensión y el conflicto con Israel, aunque, ahora, con mayor disponibilidad para ocuparse de los asuntos nacionales.

Nasrallah encontró eco en el presidente libanés Emile Lahoud cuando sostuvo que no todo el territorio libanés estaba liberado. Todavía estaban ocupadas, afirmó, las Granjas de Shebaa, un pequeño territorio de 22 kilómetros cuadrados, que Israel había ocupado en la guerra de 1967 y reconocía como territorio sirio. En el contexto de la retirada israelí de 2000, las autoridades sirias reconocieron a la zona como parte integrante del territorio libanés, decisión que no fue aceptada por Tel Aviv. Los ataques que realizó Hezbolá a las tropas israelíes en Shebaa inmediatamente después de la retirada fueron una demostración de que llegarían hasta las últimas consecuencias sosteniendo la bandera de la “resistencia a la ocupación del invasor”. Se abría, empero, una nueva etapa, caracterizada por una relativa calma en la frontera israelo-libanesa (Norton, 2014).

La muerte de Rafic Hariri

El empresario sunnita Rafic Hariri había sido primer ministro entre 1992 y 1998 y luego nuevamente entre 2000 y 2004. En la última ocasión, había presentado su renuncia debido a desavenencias con el presidente de la República, Emile Lahoud, que había sido electo en 1998 y su mandato terminaba ese año. Por presión de Siria, la Cámara de Diputados había extendido el mandato de Lahoud por tres años más. La oposición pública de Hariri a esa medida lo empujó a renunciar. Esto puso en un dilema al presidente, que se quedaba sin un primer ministro que gozaba de gran apoyo popular. Hariri tenía previsto presentarse como candidato a las elecciones legislativas de mayo de 2005, obtener una victoria sonada y, con ello, empujar una serie de reformas políticas.

El 14 de febrero de 2005, mientras pasaba con su auto por el frente del hotel Saint George en la capital, se detonó un coche bomba conteniendo unos 1800 kilos de explosivos. La muerte del ex premier, en un contexto de oposición creciente a la presencia siria en el Líbano, polarizó a la sociedad libanesa. El rechazo se radicalizó aun más cuando las primeras averiguaciones dieron a militantes de Hezbolá y a funcionarios del servicio secreto sirio residentes en Beirut como presuntos culpables del asesinato. La presión internacional y las manifestaciones populares obligaron a Siria a retirarse del Líbano como jamás lo hubiese imaginado. Sorpresivamente, habían perdido el control de la situación.

Para las elecciones de mayo de ese año se formaron dos grandes alianzas antagónicas, que, con el paso del tiempo, y ayudadas por la coyuntura regional, en un contexto de rivalidad entre Arabia Saudita e Irán, han sabido persistir incólumes, aunque con pequeños cambios. Una, centrada en el Movimiento del Futuro, el partido de Hariri, y la otra, en el eje Amal-Hezbolá. La primera popular entre los sunnitas y la segunda, entre los chiitas. Las agrupaciones cristianas estaban repartidas entre ambas.

Amal y Hezbolá habían comenzado a coordinar algunas cuestiones electorales en 1996, a pedido del gobierno de Damasco. En elecciones que distaban de ser limpias, se había acordado una repartición relativamente equitativa de las 27 bancas que poseía en la Cámara de Diputados. Ahora se hallaban juntas, en las calles y en los medios, defendiendo la influencia siria en el Líbano. Aunque los resultados no fueron determinantes, el sistema de alianzas dio la victoria al partido de Hariri. El chiismo, ya sin la protección de Siria, ingresaba en una nueva etapa.

Conclusión

En este artículo se abordó la transición de Hezbolá del rechazo a la participación a su consagración como un actor de enorme peso en la vida política de los libaneses. Este proceso es llamado por Eitan Azani (2011) llama “de la revolución a la institucionalización”. Según el mismo autor, el éxito de Hezbolá se funda en dos elementos. El primero es la capacidad que demostró para autorregularse cuando decidió intervenir en la dinámica partidaria y electoral. Se mostró como una organización compacta y eficiente, tendiente a obtener determinados objetivos. El segundo está vinculado a la apropiación exitosa del término “responsabilidad nacional”. Su discurso está estructurado en torno su deber como “resistencia”. Este último elemento ha sido el pilar de su legitimidad.

El surgimiento de Hezbolá está vinculado a un proceso de fortalecimiento del colectivo chiíta en el Líbano, que comenzó con Amal pero que no encontró, en ese partido, un cauce lo suficientemente ancho como para que las demandas pudieran continuar su camino. El Partido de Dios ofreció una alternativa acorde a la coyuntura histórico-política de entonces, en línea con los ideales de una revolución que, desde Teherán, aseguraba que el empoderamiento del grupo confesional más relegado en el escenario libanés era posible.

Un componente fundamental que demostró la capacidad de adaptación de los líderes de Hezbolá en su camino al poder fue la alianza con el gobierno sirio. Ello requirió participación electoral y la adopción de un nuevo discurso dentro de los márgenes de la institucionalidad. La alianza con Amal, forzada por Damasco, fue otra muestra de la ductilidad de la conducción de Hezbolá. En este entendimiento, el Partido de Dios sabía que la alianza con los que por entonces tomaban las decisiones en el Líbano aseguraría tranquilidad en la consecución al menos parcial de los objetivos revolucionarios inspirados por Irán. En resumen, Hezbolá fue un auténtico eje transversal entre ambos países.

De los enfrentamientos que mantuvo con Israel durante la década del ‘90, este nuevo Hezbolá, más desarrollado, expandido en el tejido social mediante fundaciones de beneficencia financiadas por Irán y con una mayor densidad de vínculos institucionales, siempre salió fortalecido. De hecho, el enfrentamiento real y televisado fue un factor que contribuyó a la consolidación de su discurso, que se materializaba, volviéndose palpable.

En esa tríada que conformaron Hezbolá, Damasco y Teherán, la salida de las tropas sirias del Líbano marcarán una nueva etapa, signada por el debilitamiento de apoyo sirio y un nuevo rol, ahora más contundente, de una potencia regional en ascenso: Irán. El Partido de Dios aprenderá a mantenerse vigente en la escena política a pesar del escenario adverso, fundamentalmente a través del acuerdo que en 2006 firmará con su antiguo enemigo, el popular líder del Movimiento Patriótico Libre: Michel Aoun. Durante los años que vendrán, seguirá dando muestras de este pragmatismo que aprendió en tiempos pasados y consolidará, rivalizando con Estado libanés, su condición de partido con amplio margen de acción. La guerra en Siria, a partir de 2011, lo obligará a proyectar utopías nuevas.

BIBLIOGRAFIA

Avon, Dominique, y Khatchadourian, Anaïs-Trissa (2012). Hezbollah: A History of the Party of God, Cambridge, Harvard University Press.

Azani, Eitan (2011). Hezbollah: The Story of the Party of God. From Revolution to Institutionalization, New York, Palgrave-Macmillan.

Dionigi, Filippo (2014). Hezbollah, Islamist Politics and International Society, New York, Palgrave-Macmillan.

Haddad, Simon (2005). A Survey of Lebanese Shi’i Attitudes Towards Hezbollah. Small Wars and Insurgencies, Vol. 16, Issue 3, pp. 317-333

Norton, Augustus (2014). Hezbollah: A Short History, Princeton, Princeton University Press.

Sartori, Giovanni (2005). Parties and Party Systems: A Framework for Analysis, Colchester (UK), ECPR Press.

Taha, Jihad (2016). Hezbollah after the Lebanese Civil War. How the Taif Agreement Created a Window of Opportunity for the Continued Existence of the “Party of God”, Copenhaghen, Aalborg University.

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